De pequeña tenía miedo al mar adentro. El mar adentro no es
la orilla, porque en la orilla haces pie y al menos tienes un mínimo de
seguridad, un sitio por el que salir corriendo. Siempre fui buena nadadora,
cuando era pequeña era buena en todo. Pero el mar es otro mundo. Las
profundidades en el agua tienen otra atmósfera que no controlamos y que por
mucho que nos pese a ese sentimiento de superioridad humana no conocemos. No
somos invencibles. En la tierra, en el aire podemos desarrollar miles de
estrategias, pero cuando nos adentramos en las tres cuartas partes de nuestro
planeta los planes cambian. Hay millones de especies que no conocemos, que
incluso no hemos arrasado aun con nuestra capacidad destructora. Probablemente
es un mundo maravilloso al que nunca podremos acceder del todo. A veces el ser
humano se cree que la vida es como se ve desde sus ojos. Si realmente se parara
a pensar la cantidad de ojos que hay en el mundo y no solo de raza humana,
quizá entendería que hay infinitos mundos, que nada es lo que parece y que las
personas solo somos un elemento más.
Me da miedo el mar, porque no lo conozco; respeto el mar, porque
no me siento ni superior ni inferior a todo aquello que abarca; me muero por conocer
el mar porque deseo conocer cada mundo que hay en la existencia, porque yo no
sería nada sin el resto de formas de vida.
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