jueves, 28 de agosto de 2014

Nudos.

Me observas con esos ojos felinos y algo dentro de mi pecho se deshace suavemente. Yo te clavo la mirada en los labios, que palpitan desde tu boca de cereza, como insinuando... es aquí, justo aquí. Y te acercas declarándome guerra, con ese cuerpo de pecado capital. Diosa. Tus mechones de seda me rozan la cara y el olor de tus primaveras me llena los pulmones al recorrerte la clavícula a besos. Levanto la vista y como señalando la respuesta, tu dedo indice acaricia mi nariz y baja hasta que mis dientes lo atrapan. Ríes y te agarro de la cintura, casi con vértigo de lo alto que nos elevamos. Nos mecemos homenajeando a las olas, de un lado a otro, secando el pegamento de atracción que hace que ya no nos podamos separar. Me das la vuelta y mordiéndome la cremallera del vestido la haces descender como un tren de alta velocidad hasta mi culo. Separas los tirantes de mi vestido de los hombros con delicadeza, arañando mis brazos, quitándome la prenda, que cae al suelo sin demora. 

Se acabó la tregua, esa era mi bandera blanca y ahora quiero lucharte cuerpo a cuerpo y que me dejes derrotada como sólo tú sabes hacerlo. 



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