Crucé esa línea que nos ponemos los seres humanos cuando nos rompen el corazón la primera vez. Cuando esto ocurre trazamos una línea justo entre nosotros mismos y los sentimientos de barranco, esos en los que si caes sabes que vas a morir y puedes llegar al cielo o al infierno pero una vez te dejas caer, te tropiezas (llámalo como quieras) no hay vuelta atrás. Pues esa línea yo la crucé, en un ingenuo intento de vuelo y me dejé caer en esos sentimientos que me han llevado hasta donde estoy ahora, el puto inframundo. He de decir que pasé por el cielo, el Olimpo, el Edén, e incluso llegué al Nirvana, todo aquello de en-sueño antes de estamparme y fue aquello lo que, precisamente, lo hizo irreversible. Y ahora estoy aquí, como una gilipollas volviendo a resucitar, ave fénix despeluchada, y volviendo a subir a la meseta. Y es ahora, cuando subo, cuando me salen por los poros toda esa certeza y esa ilusión que un día me bebí, a modo de elixir revitalizante, en la cima del mundo.
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